ESCENA 5
El Genio del Pabellón no pudo evitar
salir corriendo a contarle a Piz Pi-Re-Tang, la criada de Lu Pi-Tan
lo que había oído. Nunca nadie debe despreciar las ganas de
contarlo todo de un genio de un pabellón solitario.
Cuando el Genio del Pabellón llego
hasta ella, Piz Pi-Re-Tang estaba cantando una pieza de la ópera de
Pekín que hacía furor “Pobre china la que tiene que servir...”.
El Genio se detuvo a oírla y se conmovió y rió a la vez. Él era
un genio asexuado y ella una simple criada, a pesar de lo cual no
sería errado decir que entre ellos había surgido algo.
Ilustración 1: El Genio del Pabellón charla con Piz Pi-Re-Tang
Cuando el ser no humano le dijo a la servidora lo que la madre del chico había dicho, además de contarle la Escena de las miradas, la chica guardó silencio y decidió que como mujer china sensata su lealtad estaba decidida de antemano: el mejor postor. El Genio no podía imaginar semejante cordura en el corazón de su querida. Él por su parte no tenía lealtad con ninguna facción, simplemente disfrutaba del filón de secretismo que hacía prometer este asunto.
Ilustración 2: Piz Pi-Re-Tang le aplica polvos de arroz a Lu Pi-Tan
Una vez enterada del asunto Piz Pi-Re-Tang decide sondear a su ama, y mientras le pone más y más polvos de arroz en el rostro, hasta que al fin parecía una finesa anémica, dejó caer en su conversación sobre pétalos de cerezos y cruzar grandes aguas las palabras: pabellón, garza, grulla, encuentro y enamoramiento.
Lu Pi-Tan suspiró como si de su pecho
saliese el viento suave del sudeste en primavera. Su sirvienta no
tuvo nada que preguntar.
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