lunes, 11 de febrero de 2013

Los chinos tang bien lloran 7

ESCENA 7


Ilustración 1: El duque Chun-Go espera a la damisela tras el pabellón

A los oídos del duque de Chun había llegado la historia de la mujer hermosa que paseaba solitaria tras el pabellón solitario de las garzas o grullas y que con sólo su mirada había conquistado al mejor partido de la prefectura. El duque de Chun, al que debido al tratamiento todos nombraban como Chun-Go, era un hombre libidinoso en extremo. Así que inmediatamente armó su caballo con todo las armaduras habidas y por haber, y con una discreta escolta de cien hombres con sus estandartes y oriflamas llegó hasta cerca del pabellón.
Mientras esperaba la llegada de la muchacha intentó recordar que concubina era la que le había contado aquello. Saco su tabla de concubinas, por suerte las tenía organizadas por tamaños de pies y dirección del rabillo del ojo. Las impares eran de mirada oblicua hacia el suelo, las de número par de mirada oblicua al techo. Miró la tabla y recordó: oblicua hacia abajo y pie talla media pequeña. Siguió las líneas con el dedo. La 17, esa era... Lis Ti-Yang. Claro, había sido ella la que se lo había contado mientras probaban aquella postura del loto invertido y la rana coja. El duque Chun-Go sonrió para sus adentros y para sus afueras.

Ilustración 2: La tarde u la lujuria tiñen la espera del duque


La tarde caía mientras un halo de Lu Ju-ria envolvía todo el ambiente. Mientras el duque se atusaba el bigote un tanto largo sus hombres se jugaban a pares y nones la soldada de aquella nueva jornada. Todos daban por supuesto que la dama en cuestión caería rendida ante la humanidad, más bien inmensa, de su duque. Un hombre tan bien cebado no era posible rechazarlo.

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